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Por Dia Kayyal (Coding Rights visiting fellow via Privacy International)
Dia Kayyali es activista por la libertad de expresión y contra la vigilancia. Vive en Berlín y actúa como periodista independiente.
Colaboración: Joana Varon y Natasha Felizi
Salí a buscar ejemplos de utilización de tecnologías de vigilancia en los juegos Olímpicos de Río 2016. Aunque mucho se gastó, me di cuenta que estas no son aún las herramientas de represión favoritas por parte de la policía brasileña. Aún... Pero, prácticas como la del agente encubierto en Tinder y el histórico de violentas acciones contra voces disidentes demuestran alto potencial de abusos. Ahora es el momento para hablar de este legado Olímpico.
Fui a reunir pruebas de la vigilancia policial y militar en los Juegos Olímpicos de Río 2016 equipado con un teléfono celular preparado especialmente. Mientras caminaba por las instalaciones olímpicas dispersas por la ciudad, una cosa me llamó fuertemente la atención. Eran las armas.
Había fuerzas de seguridad y militares armadas apostadas en los alrededores de la mayoría de las instalaciones olímpicas, especialmente en el área de Copacabana, muy frecuentada por los turistas. USA Today destacó que las fuerzas de seguridad que actuaron en los Juegos Olímpicos de Río “eran más del doble que las de los Juegos de Londres, en 2012”. Apostados en las calles, evitando mirar directamente a los ojos a los turistas blancos, los soldados cargaban fusiles automáticos y permanecían en posición de firmes.
Mientras buscaba pruebas de nuevas tácticas de vigilancia en Río, me di cuenta de que esta vigilancia debe comprenderse en relación con la corrupción y la violencia históricas y documentadas de las fuerzas de seguridad y los militares en Brasil.1 Mientras las tecnologías de vigilancia a nivel de las calles, como reconocimiento facial y globos aerostáticos, estaban presentes en las Olimpíadas de Río, la infiltración y el hostigamiento en los medios sociales es parte de la vida cotidiana de los organizadores de las comunidades. El peligro real inherente a los costosos juguetes tecnológicos comprados para los Juegos Olímpicos de Río y la Copa Mundial de Fútbol radica en la forma como estos nuevos dispositivos se integrarán a la brutalidad de todos los días y a la represión política.
Para mí, era natural esperar ver pruebas ostensivas de vigilancia en todas partes en Río. Brasil recibió primero la Copa del Mundo de la FIFA, en 2014, y a continuación los Juegos Olímpicos de Verano, en 2016, y yo había investigado cuidadosamente la tecnología comprada por el gobierno para esos eventos. Pero la verdad es que había más de lo que se observaba a simple vista. Las fuerzas de seguridad, los militares y los gobiernos locales en Brasil ya habían empezado a usar ampliamente tecnologías de vigilancia antes de la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos.
De hecho, los vendedores de tecnología de la comunidad de vigilancia mundial se concentran en megaeventos, como las Olimpíadas. Como lo planteó una firma de defensa, las Olimpíadas son una “vidriera gigante para las tecnologías innovadoras”. No resulta sorprendente que las “compañías esperaran usar los Juegos Olímpicos como una oportunidad para exhibir” sus tecnologías.
Para la Copa del Mundo, empresas de todas partes ganaron millones de dólares vendiendo al gobierno brasileño tecnología como gafas de reconocimiento facial, capaces de escanear 400 rostros en un segundo y verificarlos en una base de datos de 13 millones de rostros.
Pero el gobierno también hizo algunas adquisiciones de peso, como el dron Hermes 900, que puede funcionar durante 36 horas de manera continua y realizar “misiones para dominio aéreo, inteligencia persistente, vigilancia, adquisición de blancos y reconocimiento”. Este Hermes 900 fue equipado con un “sensor Sky Eye, cuyas 17 cámaras permiten que el personal de seguridad en tierra rastree la actividad en un área de 100 kilómetros cuadrados. También tiene sensores de alta resolución, capaces de identificar matrículas de automóviles e incluso rostros desde una altura de 30.000 pies”. Esta compra complementó los 14 drones Heron de Israel Aerospace Industries que la policía ya tenía, que también pueden “filmar y fotografiar objetos en tierra desde una altitud de 30.000 pies”. Además de los drones, el gobierno también aumentó su capacidad de espionaje aéreo con helicópteros de vigilancia equipados con registradores de imágenes térmicas y cámaras de alta definición capaces de “transmitir video con calidad HD, que ofrece una definición más nítida y clara que la normal”.
Uno de los mayores legados de la Copa del Mundo, también un elemento clave para los planes de seguridad de los Juegos Olímpicos, fueron los “Centros Integrados de Comando y Control (CICC)”. Cada centro está conectado a una red de cámaras, que pueden llegar a 4000, dependiendo de la región, que recopilan imágenes y datos. Los CICC son operados por una combinación de fuerzas policiales, militares y de inteligencia. También había 27 CICC móviles que se habían comprado para la el Copa del Mundo de Fútbol.
Además de esta tecnología adquirida previamente, el gobierno compró cuatro globos aerostáticos de vigilancia, “Aeronaves de monitoreo persistente de área amplia”, mediante un contrato de 8 millones de dólares. Estos globos aerostáticos, desarrollados originalmente para uso militar, tienen 13 cámaras que funcionan a una altura de 200 metros sobre el nivel del mar. Juntos, los globos tienen la capacidad de cubrir toda la ciudad. Cada uno de ellos puede funcionar durante 72 horas sin necesidad de aterrizar. El ecosistema completo de vigilancia mediante globos aerostáticos, publicitado como similar a Google Earth, permite a los operadores observar en detalle amplias áreas, “conectarse a cámaras de seguridad en tierra y comunicarse con agentes de las fuerzas de seguridad.
También se agregaron más CICC, 2000 cámaras nuevas y una nueva tecnología de reconocimiento facial para procesar todas las imágenes recogidas. Finalmente, Anatel, la agencia de telecomunicaciones brasileña, aprobó el uso por parte de los militares de bloqueadores de señales de radio (bloqueadores de celulares).
Visité las instalaciones olímpicas en todo Río buscando cámaras, drones, globos aerostáticos y otros dispositivos tecnológicos. A diferencia de las torres de reconocimiento facial visibles por las que pasé al llegar al aeropuerto del Galeão, la recolección de imágenes omnipresente que se estaba realizando en lugares públicos no era tan obvia.
En lugar de eso, la vigilancia era más visible en los lugares semiprivados, como el Boulevard Olímpico y el Porto Maravilha, donde las cámaras estaban estratégicamente ubicadas en postes de luz y otras superficies para documentar las multitudes que vieron los Juegos en pantallas colosales. El penúltimo día de los Juegos, mientras Brasil disputaba la medalla de fútbol, un dron planeaba sobre la gigantesca multitud que veía el juego en pantallas gigantes. Este dron probablemente pertenecía a la compañía que administra el Porto Maravilha, o a alguna otra entidad privada. La cámara de ese dron proyectó imágenes de la multitud en la pantalla. También registró cada sonrisa y cada ola.
Además, se instalaron miles de cámaras de vigilancia ocultas. Caminando alrededor de la arena de vóley de playa y de otras instalaciones en Copacabana, había que esforzarse para encontrar las cámaras, muchas de las cuales parecían estar enfocada en las instalaciones, en lugar de en los perímetros exteriores. Había unas pocas cámaras en las áreas centrales en la Arena Olímpica de Río y cámaras preexistentes en Deodoro (un conjunto de instalaciones que casualmente estaban en medio de una instalación militar existente).
Los globos aerostáticos de vigilancia eran visibles en pocos lugares. Un vocero del comité organizador dijo que una “bala perdida” que cayó en la tienda de la prensa “provino de una comunidad muy lejos de allí” y afirmó que el blanco era el “dirigible que lleva cámaras”. La comunidad a la que se refería era una favela en la que el dirigible volaba directamente sobre las casas, no sobre las instalaciones ni a través de la ciudad. No resulta sorprendente saber que la policía realizó un operativo en esa favela unos pocos días después. También había globos instalados por todas partes. Uno planeaba sobre las instalaciones en el Rio Centro.
Pero los globos, las gafas de reconocimiento facial y los lentes de las cámaras no eran tan visibles. La vigilancia ostentosa de los Juegos Olímpicos de Londres simplemente no estuvo presente en Río. Algunos observadores destacaron que, antes de los Juegos, el CICC y el COR parecían estar subutilizados y que contaban con poco personal.
Esto no parece haber causado ningún problema durante las Olimpíadas. A pesar de que la prensa especuló fuertemente sobre los riesgos de seguridad en Río, no hubo ninguna amenaza terrorista. Lo más parecido a eso fue el arresto de diez personas realizado por la Policía Federal en julio. “Una célula totalmente amateur, sin conexión con grupos internacionales”, según la policía.
Los legisladores brasileños no estaban necesariamente preocupados por el terrorismo durante los Juegos. Antes de la Copa Mundial de Fútbol, el coronel Reynaldo Lemos declaró:
“Nuestra preocupación son las protestas violentas. Los manifestantes son legítimos y nosotros los protegemos, pero no podemos admitir manifestantes que usen la violencia contra las personas, la policía y el patrimonio público y privado”.
Sembrar el miedo con respecto a las protestas ha sido una cortina de humo para la violencia policial. En las importantes protestas de septiembre, la policía disparó gases lacrimógenos y balas de goma contra manifestantes pacíficos. En octubre, un juez ordenó al gobierno del estado de São Paulo el pago de una indemnización de USD 8 millones por la violencia perpetrada por la policía en las manifestaciones de 2013. El juez prohibió el uso de gas lacrimógeno y balas de goma en el futuro. Es evidente que la “violencia” vista en las calles fue iniciada por la policía y que la vigilancia se realiza con la intención de silenciar el disenso.
Para tener una noción de qué esperar de la tecnología de vigilancia en el futuro, debemos estudiar que están haciendo ahora la policía y el ejército. El pronóstico no es bueno. Está claro que los objetivos de la nueva maquinaria de vigilancia en Brasil son y seguirán siendo los activistas y la gente común.
Antes y durante los Juegos Olímpicos, los militares y la policía estaban activos en las favelas. Durante los Juegos, la policía y los militares mataron al menos a 31 personas (¿en favelas?) y Amnistía Internacional informó “un chocante 103% de aumento en los asesinatos perpetrados por la policía en Río de Janeiro entre abril y junio de 2016”.
En este contexto, es importante comprender qué tan poderosos y necesarios son los medios sociales y otras tecnologías en manos de los activistas en Brasil. Activistas informaron sobre los operativos policiales y los asesinatos a través de sitios web como Rio on Watch o mediante sus propias páginas de Facebook. Fue a través de sus páginas de Facebook y Twitter que denunciaron la violencia, cuyo ejemplo más notable fue una foto mostrando un río de sangre en una calle después de una serie de acciones realizadas en Bandeira 2, en Del Castilho. Los estudiantes que participaron de las ocupaciones de escuelas protestando por las condiciones deficientes de las escuelas en 2015 y 2016 también usaron Facebook y Twitter para transmitir sus mensajes, algo especialmente importante si consideramos que los grandes medios de prensa brasileños no cubrieron la protesta.
La disrupción de los medios sociales puede afectar seriamente la capacidad de la gente de organizarse y comunicarse. Los medios sociales son especialmente vulnerables a las tácticas tipo Programa de Contrainteligencia de monitoreo, disrupción e infiltración. Estas tácticas manipulan la vulnerabilidad de las personas para hacer que se vuelvan unas contra otras.
Además de la minería de perfiles en los medios sociales para recabar datos y la realización de los llamados “raids virtuales”, la policía y los militares brasileños comenzaron a usar los medios sociales para infiltración y disrupción. Los pocos casos que se hicieron públicos deben comprenderse como la punta de un iceberg todavía oculto. Estas tácticas requieren por lo menos una comprensión básica del grupo al que se está infiltrando, lo que se hace más fácil si se cuenta con vigilancia provista por inteligencia.
Maré Vive, un grupo comunitario en el Complejo de Maré, sufrió graves consecuencias por su acción en línea. Al igual que grupos similares en otras favelas, Maré Vive amplifica las voces de los residentes. El grupo documenta los abusos contra los derechos por parte de policías y militares mejor que cualquier ONG. Cuando un camión militar entró en Maré el primer día de las Olimpíadas, Maré Vive escribió sobre lo que eso significó para la comunidad, mientras los periódicos extranjeros escribieron sobre la “violencia en las favelas”.
En abril de 2015 la policía creó una página de Facebook simulando ser Maré Vive y usó ese medio para publicar fotos de traficantes. El sitio de noticias Vice informó que “en pocos días, los traficantes comenzaron a sospechar de todos y cada uno de los residentes de haber creado la página y comenzó a enviar “amenazas de tortura, muerte y persecución a las familias”. La página fue retirada del aire en menos de un mes y causó un serio impacto a los organizadores de la comunidad.
En septiembre, solo una pocas semanas antes de los Juegos Olímpicos, se reveló que un oficial del ejército, que trabajaba para el gobierno del estado de São Paulo, se infiltró en un grupo de activistas opositores a Temer.. Veintiún jóvenes (incluyendo 6 adolescentes) fueron arrestados antes de una manifestación contra el gobierno de Michel Temer. Fueron infiltrados por el capitán del ejército William Pina Botelho. Usando el nombre de Baltazar Nunes, en unos pocos años creó perfiles falsos en las redes sociales y sitios de citas, incluyendo Tinder. Fue presentado a activistas arrestados a través de alguien que conoció en Tinder.
Este tipo de infiltración no es nuevo. De hecho, recuerda de manera inquietante a Mark Kennedy, el policía encubierto del Reino Unido que espió grupos ambientalistas durante siete años, estableciendo relaciones duraderas con mujeres activistas. También es similar a la infiltración de grupos de estudiantes realizada por el régimen militar en Brasil.
A pesar de los gastos significativos en equipos de vigilancia de alta tecnología, la policía y los militares parecen inclinarse por técnicas comprobadas y reales para reprimir y perturbar a los movimientos sociales.
Ahora que los Juegos Olímpicos terminaron, la policía y los militares tienen tiempo para aprender a usar sus nuevos juguetes. A medida que las manifestaciones, las ocupaciones de escuelas y la comunidad organizada en las favelas continúan, estas herramientas pueden ser increíblemente peligrosas. Exactamente en este momento, están enfocadas en hacerse presentes en el territorio. Los equipos también circulan entre diversas jurisdicciones, ya que Brasil tiene policía militar, guardia municipal y policía civil. El Ejército también tiene acceso a su propia tecnología y, como lo demuestra el caso del Tinder, no es contraria a usarla contra civiles.
El uso de las redes sociales para organizar y compartir información, prácticamente indispensable, proporciona datos que facilitan mucho ese tipo de infiltración. Puede proporcionar detalles sobre las personas y facilitar su manipulación: un perfil de Facebook y un perfil de un sitio de citas online ofrece muchos detalles sobre lo que le gusta y no le gusta a una persona, sus disparadores emocionales y mucho más. La experiencia de Maré Vive demuestra cómo una disrupción puede realizarse sin ningún encuentro físico (aunque con serias consecuencias offline). Si la policía logra realmente dominar el uso de los equipos que ya tiene, podría combinar la vigilancia física con la vigilancia online de una forma verdaderamente peligrosa.
Cada una de las tecnologías de vigilancia que el gobierno adquirió representa una amenaza específica a los derechos humanos en Brasil. Si esta tecnología se usa en toda su capacidad, especialmente si cooperan jurisdicciones diferentes, sería simple determinar qué está pasando en cualquier lugar de la ciudad, prácticamente en cualquier momento. Las gafas de reconocimiento facial facilitan la vigilancia directa en las demostraciones o en otros lugares multitudinarios (un uso que algunos activistas dicen ya haber visto). Los drones y los globos aerostáticos permiten el monitoreo continuo y pueden no ser notados por los residentes, ya que pueden actuar a grandes alturas. Los helicópteros permiten la vigilancia incluso en condiciones difíciles y los CICC ayudan a coordinar toda esta información y a facilitar el acceso a la policía o los militares.
Sería simple rastrear los movimientos de una persona o un grupo en particular por toda la ciudad. Y el rastreo de los movimientos podría permitir que la policía abusara físicamente o confrontara a personas, una verdadera preocupación en un país donde aproximadamente 180 personas son muertas por la policía todos los años. De manera similar, cualquier persona que planea una manifestación o una acción directa, como las ocupaciones de escuelas, podría ser frustrada preventivamente si la policía es capaz de rastrear sus movimientos. La capacidad de rastrear los movimientos físicos de una persona también podría proporcionar información pasible de utilizarse para chantajearla o amenazarla.
La policía no parece estar haciendo eso todavía, pero los activistas y defensores de los derechos humanos consideran que esa es una posibilidad inminente.
El disenso político no se acabó en Brasil. Los activistas necesitan presionar al gobierno para que aumente el respeto a la legalidad, así como también para que haya un cambio significativo de política para proteger los derechos humanos. Mientras tanto, los brasileños deben hacer todo lo que puedan para protegerse.
Las leyes que regulan la vigilancia en Brasil necesitan una reforma significativa. Y en gran medida, no se aplican directamente a la vigilancia en los medios sociales y a nivel de la calle.
De hecho, parece haber pocas reglamentaciones sobre la vigilancia en los medios sociales y a nivel de la calle. En un mundo ideal, los equipos ni siquiera serían comprados sin un debate público. Los métodos y equipos usados por la policía, así como el uso de políticas y guías de entrenamiento, debería ser de conocimiento público. Cualquier acuerdo, oficial o extraoficial, entre agencias con respecto al préstamo de equipos debería ser público. Los activistas en los Estados Unidos han litigado apoyándose en leyes sobre registros públicos para obtener esta información y han usado esos puntos para convencer a los legisladores de no comprar, deshacerse o regular la vigilancia, especialmente a nivel local. Algunas de estas estrategias pueden funcionar en Brasil, pero son muy dependientes de la situación local. Y en Brasil, la amenaza de represalias a activistas por parte de la policía, en la forma de abusos o incluso la muerte, es mayor que en los Estados Unidos.
La transparencia también permitió que los activistas en los Estados Unidos pudieran evaluar mejor sus riesgos. Conocer los fundamentos de cómo funcionan las tecnologías o las estrategias permite que los activistas se protejan mejor usando tecnologías como el cifrado de extremo a extremo.
Y esa es la luz al fin del túnel. Los defensores de los derechos humanos en Brasil tienen una oportunidad ahora de mejor su propia seguridad y dificultar, en la medida de lo posible, el espionaje que realiza la policía. De hecho, esta no es una simple cuestión de autodefensa: consume recursos de la policía y el ejército y dificulta su trabajo. Recursos como la guía de autodefensa contra la vigilancia, de la Electronic Frontier Foundation, Protestos.org y Security-in-a-box, de Tactical Tech, ofrecen información detallada que puede ayudar a los brasileños a protegerse a sí mismos contra algunas de las medidas de vigilancia, que incluyen la vigilancia en los medios sociales y a nivel de la calle.
Hasta que los legisladores y las cortes en Brasil empiecen a tomar buenas decisiones sobre la militarización y el espionaje, lamentablemente depende de los brasileños tomar medidas directas para garantizar su propia seguridad.